Elvira Alejandra Quintero . poeta colombiana

LA NOCHE EN BORRADOR






La noche en borrador de Elvira Alejandra Quintero, fue publicado por la Alcaldía de Chiquinquirá, Colombia, en diciembre del 2000.
Obtuvo el PREMIO NACIONAL DE POESÍA "CIUDAD DE CHIQUINQUIRÁ" en 1999 y fue finalista en el PREMIO NACIONAL DE POESÍA MINISTERIO DE CULTURA en 1998.
A continuación, una selcción de poemas del libro.





UNO: Las voces del día



1. 

Que el viento se lo lleve todo

Dejemos que la luz se meta y acose hasta develar los secretos guardados.
Es lo que hace falta.
Están allí estorbando desde la vez que los aceptamos como aliados.
Sólo después volveremos a pisar la tierra con los pies descalzos y descifraremos el mensaje.
Que empiece a hablar el fuego y escoja lo que crea conveniente. Que no dude en borrar.
Tal vez después bebamos a plenitud las aguas claras y bañemos en ellas nuestros cuerpos sin miedo al torrente.
Y que el viento se lo lleve todo y no nos diga el nombre de la otra ciudad.
Así no nos asaltará la tentación de repetirnos.




3. 

Las horas

Viajo por el día descontando uno y otro pensamiento
Casi sin mirar lo que atrás dejo —descontando casualidades—
Tan sólo descontando horas al itinerario

Si por momentos levanto como banderas el desorden de las calles
El asombro de las madrugadas
Es tal vez cuando el mundo lanza junto a mis pies su careta
Y la sonrisa que desmiente no sé qué cosas
Y la mirada que pregunta todo aquello que no sabremos responder 

Paso de la primera mañana a la segunda
A la tercera
Y así a las diez de la mañana me pregunto qué será de mí si no puedo olvidar esos ojos
Esos harapos que mostraban sin pudor en una esquina arruinando todos los cielos que se alzaban al final de la calle 

Mis pasos me llevan despacio hacia la noche
—Yo misma no entiendo mis razones—
Ruinas que veo brillar de hora en hora inconmovibles ajenas a los millones de pasos que miden todas las rutas cruzadas
A los billones de dedos que enumeran los minutos
Los segundos que faltan para ser las doce
A los trillones de soledades que rondan sin protestar a las estatuas
Si entonces levanto como banderas la insolencia
El grito
Los caminos que no recorrí
Es tal vez el hastío
Es tal vez que el día se me quedó sin nombre
Es tal vez que se destiñe la pintura y los pasos no se atreven a reiniciar la ruta.




5. 

Calles de Cali

Voy por las calles de Cali y de pronto me asalta la duda.
¿No fue en este lugar donde escuché por primera vez la frase que ahora me hablaba?
Voy con la piel envenenada por los últimos días pero feliz, porque desde hace una semana mi sol ha estado oculto, y he podido usar aquellas prendas que llevan las gentes de las ciudades frías.
Pienso en mi hermana con quien me reunía en el amor a los días grises y quien seguramente, en este mismo instante caminará por una calle de Italia que no conozco.
También nos unía el asombro nunca satisfecho por los amaneceres y la inequívoca pasión por las matemáticas aprendida en el tablero de nuestro padre.
De pronto me asalta el deseo de bajar por la calle odiada cada día a las dos de la tarde a pesar de su olor a carboneros. Chiminangos. Veraneras. Cadmias.
A veces un guayacán florecía y nos dábamos cuenta que en el resto de la ciudad los otros guayacanes se habían puesto de acuerdo.
El viento de cada tarde no se ha llevado los gritos de las manifestaciones en la Plaza de San Francisco. La destreza de nuestro amigo para conmovernos al aumentar con el micrófono los matices de su voz recia. Sabia.
Entonces no sabía que lo amaría. Y que lo iba a odiar por traicionarme con su muerte.




7. 

Ciclos

A sólo cuatro años del fin del milenio, me pregunto si alguno de mis treinta y seis años pertenece a ese ciclo como la tierra a la Tierra, o si acaso, mi condición no es todavía la misma que aquella de la infancia
mundo desalojado del Mundo
pregunta anhelando ser Pregunta
ahogo del sueño indescifrado todavía, examinado en silencio, frente a todos, a la hora del desayuno. 

En el lugar donde vivo mis vecinos bajan a Cali para discutir fórmulas de cercanía a la civilización.
Después en la noche intentan alejar del sueño la pesadilla aquella anunciada en las noticias
La insoportable imagen del niño rogando no ser llevado por sus padres a la guerra
La desolada sabiduría del padre sobre su condición de Nadie, abocado al éxodo eterno y sin futuro, aprovechando el fondo de la noche para refugiarse de las balas. 

En Cali otras manos se levantan sobre los ojos para apartar la misma escena y luego reniegan sobre su condición de provincia.
Entonces miramos las fotografías premiadas en los diarios y decimos que somos un país extraño, donde sus habitantes pagan con la vida el hecho de haber nacido en la más hermosa de las tierras.

Sólo cuatro años y empezaremos un nuevo ciclo.




8. 

Cita – I

He llegado a un pueblo de calles polvorientas donde mi amor me ha puesto una cita.
Mis compañeros del grupo de teatro no comprenden pero aceptan el juego como si fuesen mis hermanos menores.
Sin embargo cuando me hablan lo hacen como si fuesen mis hermanos mayores y no olvidan señalar hacia arriba con el dedo índice.

Las gentes visten de amarillo claro, de rojo, de azul desteñido
Y todo
Su piel, sus ojos fríos, los cabellos largos de sus mujeres
Están llenos del polvo que levantan al pasar los buses relucientes.

La plaza se llena primero con los niños y las ancianas
Y después el resto
Los novios
Las muchachas de cabellos trenzados
Los señores serios, sabios, adustos.

Pero no veo a mi amor y vuelvo a buscarlo entre las palmas de las manos que se agitan afanosas, cansadas de esperar la hora del milagro.




9. 

Cita – II

En el pasado del pasado mi amor incumplía una cita fraguada desde meses atrás.
Después en el pasado recorrí varias veces aquellos senderos
Sin poder hallar el lugar donde las mujeres asistían a los acontecimientos del parque
Descalzas
Dejando a sus maridos y a sus novios destejer las largas trenzas
Esbozando con vergüenza una sonrisa que las manos ocupadas no pudieron cubrir.
De regreso sobre la capota del bus, junto a los canastos, no dejé de mirar hacia atrás
Pensando
Que cuando todo acabara el viento me habría dejado sin cabellos
Sin mis largos cabellos
Mezclados con el olor de las yerbas aromáticas que comerciaban aquellas gentes.




12. 

La voz del río

¡No!  Dice el río con su angustia de no volver atrás
Con su mirada despeinada y sus aguas de siniestras tempestades
Con su angustia que escribe remolinos y oscuras vueltas, sin decidirse aún, gritando asustado

Aguas bullosas del verano presintiendo un lecho envenenado y otro lecho que acoge la desdicha de no ser nunca más:
Allá el borde del mar
Allá la nada con sus barcas ancladas mirando el poniente
Allá la inconsolable promesa de muerte

¡No!  Han dicho sus aguas turbias y no pueden regresar
Aguas sin paz donde los rostros buscan lavar algo
Tal vez la vieja costumbre del ahogo en los ojos dilatados
Tal vez los amores y sus nombres a punto de brillar en el fondo.




13. 

La edad

La edad.
Toda ella el dibujo del labrador. El doblez de la roca. La tentación de ignorarla.

Podría valerme de la escena frente al espejo pero entonces quedaría por fuera el resto de la casa, esa condición de desorden que se levanta persistente contra el anhelo de perfección, el triunfo del sol sobre los rincones más escabrosos.

La edad. La insoportable incongruencia entre lo que fue y lo que queríamos que fuera.
La repentina esperanza de empezar de nuevo y con otro nombre a discurrir en otro universo.
Tapar. Eso no fue.
En cambio lo que ocurrió sigue intentando elevarse sobre su condición de fracaso, haciendo gestos casi imperceptibles debajo de la voz, de la mirada, debajo, debajo.

Fascinada por el deseo de belleza y completez la casa se levanta adornada, amada
Dispuesta a ser recorrida por alguien que no ha visto la angustia que acomodó las piedras y las protegió definitivamente de la mirada del mundo. Debajo, debajo. Para que la casa fuera acogedora y alegre, confortable.

Allí la edad. El nombre mismo.




15. 

Las palabras de lo amado

Los nombres de las cosas que amo son los nombres de las cosas que anhelo.
Sin embargo la vida me obliga a usar otras palabras por las que el mundo está regido como si se negara, incorruptible, a establecer un orden contrario.
Así los redondos días del trópico, toda su luz y la fuerza que ignora el desamparo
Antes que alimentar la materia de mis huesos, se niegan a ser metáfora de los actos que dan cuenta de mi deambular en ellos.

Deambulo.
Entonces no camino.

Y no me baño en las aguas claras como quisiera, sin un porqué y una vergüenza que deba ser lavada.
Y no logro mirar a la noche como la tierra del descanso prometido
El lugar de la fiesta
Sino con el horror de repetir la pesadilla.

Las cosas que amo luchan sin sosiego para no ser apartadas de sus nombres.
Inventan una nueva fe y salen como huracán a barrer calles
Y transigen
Y tramitan, desesperadas, la posibilidad de comenzar a ser, desde ahora, parte con voz y voto en el mundo de afuera.

Y yo miro su ingenuidad y la comparto.








DOS: Viaje al centro de la noche

 

3. 

La llegada de la noche

A solas espero la llegada de la noche. Espero que sea oscura y se me entregue sin devolverme las preguntas, sin dejarme aterrada como el día.

El horizonte se agita por encima de los techos instaurando sus banderas
—Gritos nuevos de cada tarde, agonizantes pájaros perdidos sobre las altas torres—.
Como ellos añoro el abrigo tanto como el vuelo
Y al filo del sol
Estiro las alas cuando contemplo el abismo donde nacen al igual que el canto las palabras
Merced a los vientos que vuelven otra vez con la misma pregunta.

Tras de mí adivino el silencio al que se van entregando los recintos
Esa manera de estar quietos esperando la nada, nutriéndose con la polvorienta máscara, defendiéndose del hastío.

Tras de mí el tiempo asesina con envidiable dulzura el esplendor de los espejos, y enciende faros donde van a estrellarse los murciélagos
Andenes donde el frío extravía los pasos y los besos
Campanas que anuncian misas y jolgorios dispersos

Tras de mí el tiempo enciende una tras otra débiles bombillas en uno y otro cuchitril sobre la estridente voz de las polillas de los sótanos.
Tras de mí los rincones y las cosas son una misma masa que susurra a mis espaldas, golpeando en mi hombro como un viejo amigo.

Yo voy desanudando pensamientos
Restaurando las huellas que el silencio ha dejado una y otra vez bajo el incontenible carrusel de las palabras
Y como al vuelo
Como al abrigo
Amo las paredes vacías donde el recuerdo dibuja antiguas sombras
Donde el sueño inventa sueños que no conoce todavía.

Afuera el mundo repite la luna de hace veintiocho noches rumbo al centro de la oscuridad donde nacen todos los presagios.
Una mujer enciende veladoras lanzando abecedarios sin rima, moralejas que le dejó la tarde en el umbral de la sonrisa.

La noche me cuenta que no han muerto mis fantasmas
Aún recorren los lugares del cuarto y me saludan desde un vidrio
Se posan en las lámparas y conversan entre ellos
Aún les temo.




4. 

Tiempo blanco

Ha muerto una vez más el tiempo blanco
Dibujando una caricia en la piel de las montañas

Se disponen a dormir los buitres
El sol
Y los payasos

La tarde ha sucumbido en las fauces de un reloj que sin pesar cuantifica el universo

Entonces tememos la verdad de los sueños
El silencio voraz que devela la nostalgia
La música que excita la piel y las palabras
Y hace nacer el llanto en el origen del grito

Ha muerto una vez más el tiempo blanco
Ha muerto una vez más el giro de gaviotas.







  

TRES: La noche en borrador



1. 

Noche de la noche

Los recintos iluminados. Los andenes. La eterna carretera donde cada cinco minutos ruge un motor. Las cordilleras, su tenebrosa vegetación, la mirada acechante de sus monstruos. Los anhelantes precipicios que ni los ojos ni las almas se atreven a soportar.

El eco en el fondo de los pasillos de los hospitales. La fiebre. La huida tras el visitante de otras tierras. La desesperación sobre la cúspide del páramo, dejando mojar los cuerpos las gotitas de niebla.

La dicha cuando la orquesta inaugura la noche.
Y en las cocinas las señoras se esfuerzan para que todo salga bien.
El largo peregrinar con la libreta de teléfonos, sin saber si el número debe ser al fin marcado.
Las ciudades cerradas, sus amores, su bulla. La locura de sus estatuas.

Ah, ¡noche de la noche!: deja al fin que en tu alma anide la angustia que nos hermana.




2. 

El pozo

Toda la noche el fondo el pozo el hueco, donde las palabras arriesgan la repetición del deseo prohibido sosegando el insoportable latido de sus cuerpos.
Afuera adentro ya no es la condición del ritual.
Todo es un todo de ineficaces luces despeñándose por los precipicios, alabando desde el fondo las cúspides de los nevados ocultos a esta hora.
Y el frío de los pequeños arroyos el mismo temor, el nombre, la misma materia esencial de las almas.

Toda la noche voy repitiendo letras y vocales, ansiando articular la frase.




5. 

Hijos de los sueños

Los soles azules que colman la noche como pequeños dioses rondan por el cielo

Entre su juego y la tierra se elevan las palabras hechas carne y suceso
Esbeltos castillos soñados en la aurora

Envueltos en las sombras los hijos de los sueños añoran el brillo lejano de la luna
Inalcanzable paz pues los deseos
Como pequeños dioses rondan en los sueños.





7.

Rituales de la noche

A media noche las calles recorremos de norte a sur levantando una antigua condena.

En ellas con otros nombres caminan Sonia, Enma, Joseph K., Stephen Dedalus.
Cada uno toma para sí los tres cuartos de luna asomada a las puertas de una taberna que lo promete todo cada noche
Hoy también
Promesa única y definitiva de cambiar la faz de sus vidas.

Estos hombres en cada esquina han pronunciado su pregunta.

A veces
En un amanecer de bares cerrados
Han querido mirarse en la profundidad diminuta de las fuentes donde calmadamente un agua se pudre.

Allí su ritual ha devuelto los días a otro ya perdido en un remoto comienzo
Limpio y prometedor.





8. 

La lámpara de Alhazred

Al dar el paso hacia adentro las puertas continúan su balanceo unos segundos.

La visión de la pista reinaugura el viejo carrusel de la infancia con colores plateados, sumergidos en el vértigo de la velocidad.
Algo está a punto de decirse en las bocas de dientes azules, donde una repentina felicidad intenta hallar el tono.

Tan rápido cada color se posa en lugares intangibles renovados por la maravillosa lámpara de Alhazred
Haciendo girar sus luces
Inventando a cada uno la leyenda que buscaba.

Por fortuna hemos traído zapatos de baile.




9. 

Garuffa

Ha muerto nuestro cantante.

Cada noche hasta este cuchitril hemos venido sólo para escucharlo.
Ha sido tal vez el gesto de su sombrero, o su pantalón doblado con cuidado a los tobillos.
O tal vez la mirada de soslayo al pronunciar Garuffa
Cuidando nuestros aplausos
Comprobando que somos sus fieles admiradores.

Es cuando imaginamos cosas trascendentales y malevas, convencidos de que mañana serán la burla de nuestro recuerdo cuando la luz las declare anodinas e insensatas.

Hoy no está nuestro Garuffa
Ya no estará más.





16.

La noche en borrador

Noches en borrador se suman a la cuenta sin estrellas encendidas más allá de la bruma que respira sobre el mundo
La espera y el vicio arrojan otro cigarrillo al cesto de todos los sitios cerrados
De todas las calles abiertas para llegar a parques grises donde se agota el último vino

Allí la última lucidez
Allí el último grito.








CUATRO: Amanecer




1. 

Amanecer

Acércate a la ventana y sosiega tus voces con la bruma que emerge de los andenes.
Recuerda otros amaneceres cifrados por el descubrimiento de una verdad, en medio del licor y el entusiasmo compartido con las almas amigas.
Y deja que sea solamente un recuerdo.
Sin llorarlo mira hacia afuera, hacia el otro lugar que tu ahora se esfuerza por volver real y posible.

Allí el sueño de anoche, sus voces, sus oleadas de persecución y sus breves fragmentos de calma. Su humedad, su martirizante dicha.

La insana, loca pregunta.




2. 

La caída

El amanecer arrastra los baúles violados en el frenesí de la caída.
Toda la noche miré hacia atrás y hacia adentro y a veces no había palabras.

Nada más que muñecos descuartizados mirando mi mirada, llenando con su sonrisa los bosques de pinos donde no canta ningún pájaro, y donde la vida es un profundo silencio, sagrado, atávico.

Este borde roído, este lugar destinado a desaparecer media hora más tarde cuando el día como una sanguijuela se nutra de su materia esencial.




3. 

El bosque de la infancia

El bosque de la infancia recuerda aquel incendio en que ardió hora tras hora hasta quedar como es hoy. Después los diluvios dejaron hermosos charcos en los andenes y nuestros pasos se solazaron desobedeciendo, eligiendo el mal camino, el que colma el alma de tanto bien, el que asciende entre el vértigo de los precipicios.

En el bosque la vida quedó dormida, indiferente a los ríos que dos minutos mas allá, unos metros después, unos cuantos castillos calles esquinas luego, viajan desesperados sin poder retroceder nunca.

Llevados por la fuerza ajena.




5. 

Luz de amanecer

Insoportable luz ambigua del amanecer, materia esencial de los días como lo son de las noches los crepúsculos. Insobornable muchacha que conoce su destino y mantiene en alto su frente, mientras camina hacia la piedra donde extenderá su cuerpo y entregará su alma.

Sabe que su espíritu recorrerá las calles y hurgará sin piedad los insospechados rincones y entonces ya no mira hacia atrás. Todo atrás lo lleva consigo y se dispone a entregarlo.

Estar bien equipada para la muerte. Asumir el desprendimiento y no morderse los labios ni gritar.

Para que el día reanude su juego peligroso y amenace con revelar la palabra guardada.




6. 

El tercero

En su habitación la huérfana mira la llegada del día y se pregunta a quién entregará su alma.
Aún se aferra a ella y mientras lo hace descubre que ya la perdió.

Sola sin mi alma voy sin mí sin ti amado mi amado. El tercero. El otro entre mi alma y mis otras almas que te siguen obstinadas. El otro implacable dueño de la pócima que bebo por poquitos para que mi alma me sea revelada y devuelta.

Amado rey de oros. Príncipe de las cúspides y de los arrecifes donde el mar abandona sus fuerzas diciendo que no puede más. No puede más y ya no se resiste ante la corte de hadas, brujas y adivinas que te rodea.

Lee mi después y revélame este ahora que me aturde.

El amado. Su mirada oscura y su frase inquebrantable. Su frase. Sin poder descifrar mi abecedario incoherente.




7. 

Haz que no me pierdan sus palabras

De su amor protégeme y sobre todo, haz que no me pierdan sus palabras.

Por favor, haz de su cuello una torre de Babel para que tampoco él comprenda la verdad que encierra su lenguaje.

Y del brillo de sus ojos haz una noche apagada y completa
Y si lo logras
Destierra de ella el misterio, el horror de no conocer sus fantasmas.




13. 

La habitación

Nuestra habitación se  llena con las diarias noticias.
La cortina trata de impedir la entrada del mundo, débil transparencia de tul ondeando caprichos, ignorando la luz que presagia otra rutina.

De pronto yo quisiera levantar el vuelo y atravesar paredes
Hablarte de la tierna pesadilla que me hacía gritar
Del canto de los pájaros que se ahoga entre la bulla lenta de los carros
Del insistente olor a guayacanes que me quedó como mensaje de tu amor.

Pero dejo a mis fantasmas dormir sobre la almohada, y recorro nuestra habitación rescatándola de un poco de noche que quiere seguir el camino de los besos.

Ahora debo vestir mi ansiedad
Maquillar la lenta agonía de los sueños
Enumerar de una vez por todas las razones que me levantan al día.

Y ahogo el grito
Pregunto a Van Gogh por la alucinación del trigo
Por su mirada que me acecha desde un rincón de la pared
Y
Cómo quisiera levantar el vuelo
Y atravesar el día sin que me deje huellas.




14. 

Y sabemos que amanece

Y entonces sabemos que amanece
Pues oímos un instante el gorjear remoto de las aves
Y cada quien medita otra mañana

Arrojamos al mundo una pregunta
Aprehendiendo el aire aún con cicatrices
Reconstruyendo lentamente un sueño

Navegan palabras
Juguetes marinos

Y entonces sentimos que amanece
pues la ciudad camina a tientas buscando las razones
de la verdad que ha detenido nuestros pasos.




15. 

Este libro

Debo dar por terminado este libro para dárselo a mi amor. He querido poner en él los nombres de las cosas que amo. También mis terrores. He querido ponerme yo misma.

El lenguaje sin embargo no se pone de mi lado. No existe. Hay palabras que no he podido inventar.
Y son precisamente las de ciertas mezclas de motivos contrarios socavando cualquier anhelo de coherencia.

Precisamente ese es el punto.
El de la necesidad de ser, por ejemplo, lluvia y nada más. Llovizna o Tormenta donde la esencia primordial de lluvia sigue siendo, sin permitir jamás la perdición de su Ser.