Me levanto y no rezo.
Me repito que no volveré a lo
mismo de ayer.
Reinicio el desordenado ritual
de preparar cuerpo y ánimo para mostrar al mundo:
La prenda apropiada busco en
el armario, la frase que taladra silenciosa mis oídos pronuncio en el
silencio de mi boca.
No sale, se guarda, se recoge.
Se unta maravillosamente
de otros gritos que también
quieren salir.
Todos los días me digo que no
puede ser más esto.
Que no lo volveré, que no lo
haré, que lo diré.
Y después de haber gozado en
el sufrimiento de intentar aclarar
mi pensamiento en la
escritura,
repito el desorden, la ambición,
la locura, la codicia, y me
digo que mañana será por fortuna otro día,
en que habrá tiempo para los
buenos propósitos.
Del libro Los nombres de los días